Abrir la Trocha en Santa Ana.



Este año el carnaval sí que está bueno, dice un hombre al pasar por mi lado. Lo observo perderse entre la algarabía que cunde la Trocha. Una Trocha renovada con Tótems de los ochenta. Lucecitas de colores marcan el 2010 acompañados de faroles chinos, para mí extinguidos.
Caminar es difícil entre tanta gente con ansias de diversión. La jarras en alto y la mujer de Yomo hacen eco y se funden con Fabré, David Calzado y hasta Orlando Contreras se llegó hasta esta calle para compartir una cerveza.
Interminables son los quioscos construidos con bambú que quien sabe si al final de las fiestas tengan uso para los vecinos. Pollos misteriosamente grandes, bocaditos de jamón y queso y los termos que expenden el ansiado líquido mareable, ahora con precio justo y justa dosis de agua.
Un niño que llora por un avioncito de shopping que aterrizó en un catre. Una niña que quiere otra vuelta de aparatos y la mamá que no, que hasta cuándo, que hoy fueron sesenta pesos y ayer otros tanto, si sigue así me arruina.
Y la trocha es un cuerpo voluptuoso que se mueve, baila y se agita. Esas mulatas con sus nada faldas contorsionándose: Ña Francisca detrás de Yarita, sombras que solo yo veo.
El curda de la esquina es el mismo que esta mañana. Peligrosamente  una cáscara de cerveza le hizo tropezar con una moto. No estaba loco, ni tenía celular, pero deben haberle tirado fotos en la estación.
Una pareja con la hija comparte la noche que pretende alcanzar el amanecer. El hombre busca en su bolsillo un billete arrugado y se le cae un condón. Cosas que pasan.
El Tótem me guiña con sus colores, avisa la buena ventura del próximo año. Un desconocido me brinda una cerveza. Y yo acepto porque a pesar de la influenza y de todo lo que ha querido empañar estas fiestas qué bueno están los carnavales.

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