Crónicas matanceras IV



Una visita a casa de los parientes en el campo puede resultar una aventura para los citadinos. Una visita a la ciudad puede resultar además de una aventura el reencuentro con los tuyos. Año y más hacía que no nos encontrábamos y la tenacidad y el deseo como siempre pudieron más.
 Mucho vimos, como ya se ha visto, en Matanzas. Pero ni el azul de Varadero, ni el Valle de Yumurí, ni las fabulosas Cuevas de Bellamar pueden ganarle a esta familia con la que comparto hace 16 años. 
Cierto es que estos santiagueros en su trotar por la isla, debido al trabajo del cabeza de familia perdieron el acento cantado nuestro, perdieron el rumbo entre Pinar del Río, Matanzas y La Habana. Ya no saben si vienen o van, si se quedan este fin de semana o no. Lo que sí puedo garantizar que no perdieron es la autenticidad de ser de los nuestros. 
Se contorsionan con los bailes que llaman electrónicos y que no son tales, recortan los jeans que tanto le cuestan a mami y viven una vida de ciudad como el que más. Me decían: Ñó, tía, que te vas pal Brisas con nosotros, no que va, busca una disco temba. Y yo reí, sobre todo antes de ver estas fotos, que me anuncian que crecen demasiado rápido y nos ponen viejos a todos. 
Lamenté que mi hijo no estuviera porque siempre han sido como los tres mosqueteros, muy unidos, no se llaman, no se escriben, pero cuando se ven se funden y vuelven a andar descalzos y  ponerse apodos, jugar futbol y a comer mangos embarrándose hasta los codos. 
Estas vacaciones, dijeron, tía nos vamos pa´llá, con ese acento aprendido y yo esperaré, no falta tanto, también espero que Maide pueda ver estas fotos y no llore sino que se alegre por ellos y por mí.











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