Alejandra alejandrita
Estuve durante la preparación de su tesis, la acompañé en la distancia con la moneda de la suerte en su graduación, fui confidente cuando tuvo el mal pie de enamorarse de toti (eso es broma), luego fui testigo en el matrimonio donde coincidentemente mi ropa era igual a la decoración y por último me pidió que fuese la madrina de su hija.
Esto último me desconcertó un poco. Primero ya tenía una ahijada, segundo no puedo ser la convencional madrina de los regalos y los paseos y se lo dije. Insistió a pesar de ello.
Así Alejandra entró en mi vida, la cosita de mami, le nena de papá, la de los ojos más grandes y expresivos del mundo, la periquita, la sabichosa, la loquita, la alborotadora, la hermosa y auténtica, como solo puede serlo una niña que llega hoy a sus seis años de vida.
Estoy completamente segura de que es amada por todos, sin condición. No he estado tanto como quisiera, pero los pocos momentos juntas presagian un cariño eterno.
Me dice madrina, me cuenta historias fantásticas y me da detalles de todo lo que come o le compran o lo que hace en la Mina. Alejandra revolotea entre juguetes que desordena con la misma facilidad que se quita su uniforme de primero.
Le encantan los tacones, el juego de enfermería de cartón que le regaló su papito del papozal, las gangarrias, las películas de Barbie, es autoritaria, dice que el carro es suyo, todo también presagia un fututo dolor de cabeza femenino.
Alejandra cumple seis años de vida. Ya le hablé por teléfono y me dijo que le regalaron una panetela y que su madre aún (lean bien), aún no ha aparecido. Pidió que le hicieran una comida, sabrá Dios si ella sabe el significado de una comida en un cumpleaños, pero la pidió.
Le dije que hoy no la vería, pero que le prometo llevarle algo que le encantará y me dijo como la adulta que se asoma: no importa, no hay problemas. Sin apenas darnos cuenta de cómo pasa el tiempo, de cómo nos hacemos pequeños ante su estatura, Alejandra crece, cumple años una vez más.
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