El hombre fuerte que brilla por su nobleza


Hace tiempo que escribo. Lo he hecho sobre muchas cosas, sobre acontecimientos, locos, la belleza, sobre personas que destacan, pero caigo en la cuenta de que ni siquiera una vez le he dedicado unas letras a este hombre fuerte que brilla por su nobleza.
Solo hace unos días pude saber el significado de su nombre y confieso mi ignorancia, pero nunca madre alguna escogió mejor. Cuando nació fue terrible, no gocé la espera, más bien trajo consigo dificultades de salud para el resto de mis días y a pesar de eso los cargo con orgullo.
Su padre quería llamarlo Juan Carlos y yo por poquito infarto. Imagínense, era como decirle Juan de los Palotes, mucha gente se llama así. Entonces nos pusimos de acuerdo y yo concluí. Lo llamamos Carlos Alberto, el hombre fuerte que brilla por su nobleza.
Sin temor a las dudas, digo además que mi hijo fue el bebé más feo de la historia y que la vida y Dios obraron maravillas en él. Hablo y de corrido y caminó a los once meses. Siempre le acompañó el egoísmo de los hijos únicos y a los cuatro años ya podía leer y escribir su nombre.
Desde los primeros días en la escuela estuvo entre los primeros: Igualito a su mamá, decía mi madre y yo reía con gozo. Dueño de una carcajada amplia y sonora, desobediente y amante de caminar descalzo: Igualito a su papá, decía mi suegra y mis ojos brillaban.
A los site años entró en un salón de operaciones y cuando lo vi perderse en aquella camilla llena de niños llorosos a los que él cuidaba como hermano mayor se me partió un pedazo dentro.
Le dijo al médico que serí el primero y así fue. , soportó los dolores de espalda sin moverse en aquella cama como un hombre. Tantas cosas pasaron.
El tiempo, el implacable, me lo regala casi como adolescente. Como el patico feo del cuento se me ha vuelto cisne. Es dueño de los ojos más bellos que alguien pudo mirar alguna vez, juega ajedrez, pelota, es loco a las computadoras y me trae a casa las mejores notas.
Con diez años ya sabe mentir como un adulto y se leyó La cabaña del tío Tom, El principito, Alicia en el país de las maravillas y Alicia a través del espejo. Le encanta bailar y canta desde rancheras hasta Sabina. ¿Qué más puedo pedir?
Se me hace grande mi niño. Crece y crece, su estatura se pierde y ya no puedo cargarlo. Con orgullo me enseña los pelitos que presagian la juventud y les mira las nalgas a las muchachitas. Lo llaman por teléfono y me aterro, pero quién es la que se atreve a tanto.
Mi hijo crece, lo sé y ya no es mío, es él mismo, ese hombrecito fuerte que ya brilla por su nobleza y se despega. Aunque temo perderlo en cualquiera de las formas posibles y su crecer incesante me hace vieja, soy feliz de saber que planté mi semilla en la tierra, que mi hijo es especial y aunque lleguen los nietos siempre lo voy a estar viendo con esa carita de gato de Shrek diciéndome: Porfis, mami, dame mi otra lechita.






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