El pan dormido en el verso de Alto Songo.

La poesía sigue siendo redentora incluso cuando nos acerque a temas tan humanos como lo puede ser el pan de cada día. César Vallejo, el cholo, dijo en el que creo, uno de sus mejores textos, que “los golpes de la vida son las crepitaciones de algún pan que en la puerta del horno se nos quema”.
El vital alimento tan traído y llevado es un tema casi tan antiguo como la existencia humana pero tan necesario como la vida misma. Por eso vuelvo sobre Alto Songo y las panaderías.

Cuentan que la primera que tuvo el poblado fue en la segunda mitad del siglo XIX y estuvo ubicada en la calle Moncada casi esquina a Ricardo Rizo. Su propietario fue Wenceslao “Uvence” Castillo pero cuando estalló la Guerra de 1895 ocurrieron varios hechos que provocaron su cierre. Entre ellos estuvieron la situación bélica que no permitía la llegada de la harina de trigo, además de que la poca que a veces se traía no alcanzaba para muchos días y hasta insuficiente para los propietarios subsistir.
Otras de las razones fueron las que siguen. La sal era un producto difícil de adquirir en el pueblo y los vecinos y reconcentrados supieron que había una buena cantidad debajo de las lozas del piso del horno, para mantener el calor. Las lozas fueron levantadas y la sal sustraída, por tanto el horno quedó desbaratado y el resto de la panadería fue destruido en la década del 1920.Lo otro que sucedió fue que en el poblado se alzaron a la manigua numerosas personas y varias familias con buenas condiciones económicas emigraron para Santo Domingo huyendo de la guerra. Sólo quedaron en la villa personas sin recursos.

La segunda panadería fue construida antes de 1895, situada en la esquina de Torrientes y Ricardo Rizo en una edificación que además estaba destinada a una tienda de víveres y vivienda con el frente para la calle Ricardo Rizo. La fabricación de pan también se paralizó por las razones que provocó la guerra aunque no sufrió el saqueo de la anterior.

La tercera panadería funcionaba ya en 1895 pero sufrió los mismos percances que las otras en lo que al abastecimiento se refiere. Estaba ubicada en la calle Ricardo Rizo casi frente al hospital español. Su propietario Bartolomé Carmona la construyó donde ya tenía una tienda de víveres.
Ya establecida la República la alquiló a Miguel Pérez (padre de Mingue Pérez) y después a Mariano Castellanos a inicios del gobierno de Machado. Por último la compró Pedro del Pozo. Años después, al fallecer éste, su hija Concha la siguió conduciendo y con ayuda de su esposo la ubicó bajo el patrocinio de la galletera Gilda S.A. empresa millonaria propiedad de los cuñados de ella. En esta panadería quedó concentrada, con el paso del tiempo, toda la producción de pan del poblado.
La cuarta panadería fue levantada casi al final e la calle Moncada por una familia de apellido Rodríguez más conocida por los “Mazus”. Sus propietarios se dedicaban a la confección de panqueques y galletas dulces conocidas como “cuerúas” las que eran vendidas fundamentalmente a los arrieros y carreteros que llegaban con su carga de café a la descascaradora de Baltasar Benito. Se dice que aproximadamente en 1940 fue destruido el horno y la edificación continuó como vivienda.
La quinta panadería la construyó Manuel Giró Paneque a mediados de la década de 1950 en la calle Moncada, casi frente a donde estuvo la de la familia Mazus. A mediados de 1960 su producción fue adicionada a la de Concepción del Pozo “Concha”, se eliminó el horno y actualmente en ese lugar se encuentra instalada una pequeña imprenta.
Merece mención especial la Panadería de Leiva, por ser considerada la más “moderna” por sus equipamientos. Contaba con una especie de noria que movida por un caballo hacía funcionar un cilindro en el interior del local, donde se amasaba la harina mezclada con la levadura y el agua.
Esta es solo una parte de la historia, pero lo cierto es que el pan diario se ha mezclado de alguna manera con el verso, el pan dormido nuestro, el pan de cada día y de los años que esta vez nos hizo volver a soñar.

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